martes, 21 de septiembre de 2010

IV - Las escamas de un dragón


La crisis empeoró. Vendí la máquina vieja de coser de mamá. Empecé a vender los muebles del comedor. Nos quedamos con la mesita y las sillas de plástico del jardín. Un día miré a mi alrededor y vi que casi todo lo que nos rodeaba era de plástico. Nuestro lugar se iba encogiendo poco a poco: era una casa de juguete. Entonces, por primera vez en cinco años, recordé nuestros juegos con el Gordo. Escuché las cosas lindas que me decía. Que mis manos eran de hada; que hacía cosas hermosas con nada. Revolví lo poco que me quedaba en un cajón. Junté remeras viejas, retazos de telas, lanas de colores, botones caídos, puchitos de todo. Hasta la tanza de su caja de pescar que nunca quise tocar. Mezclé todo y armé un hada. Después, dos más. Las colgué en la ventana de casa. La pintura del marco se estaba descascarando. Miré al piso: parecían escamas de un dragón. Las guardé y se multiplicaron. Hice un dragón y una princesa. Cada noche volvía del trabajo a casa y armaba algo diferente. Casi sin darme cuenta, llené una caja con todos los móviles que había hecho.
Después de año nuevo pasó a saludarme Celina y se quedó a tomar unos mates. Le mostré mis trabajos. Al sábado siguiente me llevó a la feria de la estación. Me prestó un lugar en su puesto porque yo plata para pagarme uno no tenía. Esa tarde vendí la mitad de las cosas que llevé en la caja. Era día de Reyes y había kermese. Crucé con los chicos para darme el gusto de comprarles un choripán y pagarles un juego. Del otro lado del puesto del sapito vi al Gordo. Estaba parado y me guiñaba un ojo. Me sonreía. Pero no era el Gordo. Era Ruben.

3 comentarios:

  1. Cuando uno anda en "la mala", es mágico que aparezca un buen recuerdo e identificarlo: RUBÉN.
    Cariños

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  2. ¡Muy bueno, Jorge! Un cuento limpito. Da placer leerlo, bien desarrollado. Un abrazo.

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  3. Máximo: ¿No te equivocaste de sitio? Digo...

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