domingo, 12 de septiembre de 2010

Comunidad


Biriquinho me lo dijo, y yo le creí. Es tan fácil surfear un mamboretá, un escalón roto, una gota de vino en una copa de cristal. Con un par de trebolines todo se puede. Se pueden ver a través de una mirilla, en un millar de rutas de estrellas, de hormigas rojas que dibujan memorias de corazones. Hasta en un mostachol guiando dedalitos en medio del mar.


Qué bien la pasamos juntos. Recorrimos estaciones y puertos con trebolines de cuatro y seis hojas. Conocimos espadachines de estrellas. Juntar algunas y cartonear trebolines no tiene maldad, ni relojes controladores, ni es imposible.

Algunas veces, Biriquinho pierde una estrella y se pone a llorar. Entonces rompe tablas, cielos y cabezales. Se enoja. Y se transforma, porque es su esencia biriquique.




Por las madrugadas me llama desde un trebolar. Nos contamos nuestros vericuetos. Nos damos ánimo. Está comprobado que los biriquiques se entienden, aún sin bla, bla, bla.







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