miércoles, 23 de marzo de 2011

Calle de la Memoria, nº 35



La casa está abierta. La puerta del presente, sin llave. El largo pasillo del pasado está abierto a la memoria, de par en par.



En el eco subterráneo rebota el tipeo de una letra luminosa. La tecla de un piano danza al pincel que moja un papel blanco con aroma a exilio. Las gotas rojas caen al ritmo de las pulsaciones, y juntas, dibujan el mapa de la libertad.

Más arriba, el silencio de las alas de una Paloma, es un estruendo en el corazón de un padre que parte. Sentado en una silla viaja el director. Entre los brazos lleva a sus hijos ausentes, como la agonía de un bandoneón. El dolor desbordado se abre en canales de cavernas y laberintos de espinas de árboles secos y de peces muertos. Le prenden fuego a las aguas. El viento las evapora, pero siempre vuelven. Y habrá lágrimas hasta el fin de sus días.

Al borde de una orilla acechan las pirañas y los cocodrilos con sus intermitencias de cortes, electricidad y veneno. Hacia el fondo de la gruta corren los dinosaurios carnívoros y van llenando de comida y muebles sus casas, mientras escupen dientes de oro y dientes de leche.

La escuela es la isla blanca del barrio. Los alumnos de un tercer año se protegen debajo de los bancos y trenzan cadenitas de mostacillas con hilos de inocencia y osadía. Juegan en pases de mano en mano el libro, la película, la contraseña del artista.

A la vuelta, los colectivos llenos se vacían en cualquier esquina. Las manos sucias barajan documentos y agendas. Cada noche, un nuevo hogar pone un plato menos para la cena.
Jóvenes y menos jóvenes tienen la nube de la angustia instalada en los ojos. Sus amores se desdibujan en un pozo o en un horizonte de frío, y son sólo un punto verde militar.
Las iglesias juegan a las escondidas y empujan por un precipicio a los curas que se animan a gritar "pica". Pican las pieles de ronchas verdes y moradas.

Las madres limpian. Cocinan. Barren las miserias. Inventan curitas y canciones de cuna. Buscan. Hablan. Trabajan. Protestan. Caminan. Trabajan. Caminan. Caminan. Cuelgan pañales, lunas y bombachas. Encuentran princesas, desaparecidos y dragones. Hacen el amor aunque el mundo quiera hacer la guerra. Dan la leche de sus pechos a los pimpollos de los narcisos. Riegan las hojas de la vida, los nomeolvides, las fresias y los jazmines.

Cada aparente olvido será la lengua que hable el cuadro que se calló; el arco iris de la música que se tapó con un manto negro; la mano que vuele las hojas del libro que alguien soldó con candado.

Será un manifiesto de amor y de vida.


Cada olvido momentáneo encuentra la llave para abrir la memoria.