sábado, 13 de diciembre de 2008

Puertas giratorias

Tal vez, si abriera esa puerta me encontraría con un metro y medio de hojas blancas, mil cigüeñas cautivas plegadas en papel a punto de volarse del tirano móvil;
algunos pinceles redondos colgando como colas de gato.
Muchas lapiceras de diversas formas cargadas con tinta roja a punto de estallar.
Algunas cajas con semillas mezcladas no por azar.
Óvulos y espermatozoides que nunca germinaron,
el sabor amargo y áspero de la cáscara del desencuentro
el dulce suave posible de la pulpa del encuentro.

Veo acercarse un maremoto de letras
un tsunami
un vendaval.
Me pierdo,
me ahogo con placer en mis profundidades y en la de los demás.
Desde lo más hondo, una burbuja explota una idea y otra, libera sentimientos.
Miedo.
Miedo de morir arrasada y encontrarme abandonada en la orilla de ese mar.
Pero son más las ganas de nadarlo que las de observarlo desde la arena.
Y me sumerjo igual en su peligrosa tinta.

Ahora
grandes hojas verdes me agitan.
Un pájaro se posa sobre mis sueños.
Camina dando saltitos.
Estiro la mano pero se asusta y se va.
Vuela rápido a otra copa, se distrae y me distrae.
Con un soplo le hago señas, muevo las hojas, tuerzo las ramas.
Entonces, me reconoce
y se esconde en la oquedad del tronco.
Picotea la dura corteza del pasado
y talla metódicamente, minuciosamente, otras historias.

Por entre las ramas abre una flor de azahar.
Me mira dulce e hipnótica:
tiene el aroma de muchos por qué y varios no sé.
Es perfecta como un todo
y pálida
c
a
e

y nos cae
como un tal vez.
El ritmo natural de las cosas vivas traerá a ese mismo lugar
un perfumado círculo naranja.
Sin embargo cuando crezca y esté listo,
el viento perverso del malentendido, de la incomprensión,
agitará las ramas
y lo hará
c
a
e
r.

Rodará un tiempo, golpeado.
Hasta que una niña lo vuelva a encontrar,
lo junte del piso
se lo coma primero con los ojos
luego con la boca
y lo beba
gota
a
gota
con su corazón.

La niña escupe las semillas y las guarda en su mano.
Hunde los dedos en la tierra y les prepara una cama.
Deja caer una lágrima, les da el calor de un sueño
y las hace germinar.

Piedras

Una piedra es un puño cerrado golpeando sobre una mesa.
Un corazón cerrado al amor es una piedra gris y opaca.
Cinco piedritas chiquitas y simpáticas son las que elegía
para jugar a la payana.
Tres guijarros los que juntamos en la playita de Quila-Quina.
Y muchas piedras son las que nos esperan aún
en San Juan,
en Chile,
en Tucumán
en Neuquén.

Neologismos

Llovían estrellas.
Te pedí:
traeme un murmullo de filisteños.

Ya escucho que vientos y olas
los dejan sobre la arena
como olvidados.

Y yo los encuentro.
Y se me escapan las manos.
Porque este es un garbonclo
pero un garbonclo rafado.

El silencio vibrante
que dejaron nuestras ancracias
hace girar el trompo
y casi nadie ve
el minúsculo puntito
sobre el que está apoyado.

¿Serán nuestros suspiros,
nuestros susurros,
los que lo mueven sin parar?

O quizás,
¿un pronóstico equivocado
lo mantiene girando tanto tiempo?

Pero qué importa.
Si tengo tantos miedos,
y ninguno a filistear.

Nadie podría decir que no
a este garbonclo.
A este garbonclo volarante,
como el de Oliverio,

tal vez,

como el de Chagall.

Marumbá

Yo sí lo he visto: se llama Marumbá. Marumbá camina dando saltitos, y baja por las callecitas de piedra gris y tierras rojas. En su sangre lleva movimiento concentrado y mucho ruido; ritmo que vibra, voces que no callan. Desparrama alegría y sonrisas como papel picado y tiene un rico aroma a nochecitas de verano. Con sus trajes coloridos espanta las tristezas y las penas de cualquier caminante; su brillo de lentejuelas ilumina al más gris de los habitantes de la calle.
No todos lo ven. Pero quizá pueda darte una pista: te sentirás lanzado al aire como una serpentina. El corazón te latirá, acelerado. La euforia irá saltando dentro tuyo y te descubrirás golpeando el lápiz sobre tu carpeta, la palma de la mano sobre tu pierna, el vaso con una cucharita. Sonarán platillos y es posible que también un palito sobre una caja de cartón. Tu quietud se hará baile. Para entonces, te será sencillo darte cuenta de que te ha visitado Marumbá. Cuando esto suceda, avisame.

Microrrelato en micro

A través de la larga avenida de la vida, el colectivo que lo llevaba seguía su recorrido. Por alguna secreta razón los semáforos quedaron clavados en verde. Por algo los peatones acalorados, ansiosos, esperaron en cada esquina dejándolo pasar. No había histeria, no había accidentes; cada uno respetó su carril. Era lo que se dice: una exquisita orquesta. Los ciclistas disfrutaron su paseo. Las motos no echaron un humo tóxico. Luego escuchó algunas voces y a alguien que reía.
Inundado por una rara felicidad supo que no viajaba solo. Tomó sus cosas. Abrió tranquilo la puerta del cuarto y decidió subirse otra vez.

El atrapasoles - Máquinas posibles

 

Ya sabemos que en otoño e invierno es más difícil conseguir soles. Por eso, yo guardaría algunos de reserva y los dejaría caer, por ejemplo, en San Martín de los Andes en el mes de la lluvia. O dejaría uno bien grande, colgado en las ventanas de los agobiados oficinistas. También, en una bandejita multicolor, pondría un sol de desayuno para los más enfermos de los internados. Bajaría un sol gigante para los días de mucho frío y ya no nos haría falta ninguna otra calefacción. Y me guardaría uno especial para los días complicados, ésos en los que uno quisiera ser chico.

Si me quedara sin soles los dibujaría en cartón.


Versos libres a mi madre

Jirones de telas plateadas
te envuelven seductores
como los brazos impiadosos de la muerte

un viento de nieve no me escucha
y se lleva tus últimas lágrimas de sangre

despierto del abismo de lo irreparable



tu corazón
un globo de papel rojo


flota


sostenido por los hilos del recuerdo


olas de un mar agitado
dejan en la orilla de mis párpados
fotos y más fotos
y sin pedir permiso
en una botellita
se llevan todos tus secretos


tu carne es polvo

ceniza

arena

tierra fértil de mi vida
el lugar en donde susurras un arrorró
que trae lluvia

pétalos de glicina.








viernes, 12 de diciembre de 2008

Melancolía

Breve y fugaz



Fuerza y flexibilidad




Hormigas - Nuestra foto

Las chicas y Diego van y vienen todo el tiempo. LLevan a cuestas palabras, silencios; también, ideas, sentimientos. En el sinuoso camino avanzan centímetros, se caen. Tropiezan por ejemplo con una uva o una rama y entonces pierden puntos y comas. Pierden algunas "b" y encuentran algunas "z". Se ríen, protestan, se hacen señas, se ayudan. Pero no dejan de trabajar. Y ahí veo a Sebastián, está escondido debajo de la piedrita roja: observando todo, muerto de risa...

Palabras estimuladas

El 25 de marzo de 1976, un día después del golpe militar, un pintor holandés recién llegado a Buenos Aires se enamoró de la luz argentina. Pésimo momento para enamorarse, es cierto, pero también es cierto que uno no elige los momentos en que se enamora, tal como no elige los momentos en que el cuerpo es invadido por una fiebre áspera, tóxica.

Una parte del país estaba enfermo. Muchos se juntaban a escondidas y se sentían parte de la vacuna que se necesitaría para que éste resistiera a la cruel enfermedad. Recién llegado, se sumó a ellos. Para empezar, un amigo le consiguió un lugar seguro en un cuarto de familia.

Vincent bajó los brazos y se dejó cautivar por la luz de los cien barrios porteños. Caminó la ciudad. Recorrió el trazado de las líneas de subte tantas veces, que las tenía dibujadas en su mente, tan nítidas como las líneas de su mano. En cada punto de estación, marcó una historia, un dibujo: el boceto para una nueva pintura.

Así empezó mi entrevista esa tarde. Durante nuestra charla no se cansó de repetir que las marcas siempre se entrelazan, vibran, se truecan. Como en un toque de azar -o no-, en un andén, encontró otra luz dentro de la ciudad: Malena. Ella sería su otra luz, el botón de encendido para el resto de sus días. Me bastó escucharlo hablar un rato sobre ella, para darme cuenta de que aún la amaba con la misma pasión e intensidad de hacía treinta años.

No le alcanzó conocer la ciudad. De su mano recorrió el sur, las cálidas montañas del norte y el verde tranquilo de la pampa. Vivió entre sueños de bandurrias y canquenes. Caminó la luna en un valle, voló junto al cóndor andino. Su boca probó salmones y el intenso sabor de los ciervos ahumados. Calmó el frío de muertes cercanas con el calor de una salamandra y un horno de barro, entre cardones, soles y agua. Y le fue imposible poner un número a los muchos vinos, a los cafés y los mates compartidos.

Mientras lo entrevistaba, su rostro se nubló un rato para decirme con voz dolida que en la cultura de la globalización, no se llega siquiera a entrever un lugar diferente o un modo distinto. Lo que se nos da es una prisión. Luego, de golpe, se rió como un niño. Se jactó de la ventaja que tenemos los escritores y los pintores, que podemos dibujar una puertita en la pared más hermética de las prisiones. Y salir por ellas. E inventar otras. Yo también me sonreí, aliviado, y espanté las nubes que se habían instalado en mí.

Al rato, empecé a notarlo algo cansado, conmovido. Me dijo que nunca pensó en volver a su país, por ella, y porque a pesar de todo, el viento arrimaba mejores propuestas que las de antes.
- La primavera a veces huele a invierno. Ahora, no. ¿Cuánto me queda?¿siete?¿diez?¿quince septiembres?...


Quedó callado un rato y yo entendí que era hora de irme. Me dio la mano. Se arrimó a la puerta de su casa y le agradecí su tiempo.

Volví a casa con el peso de haber sido sincero a medias con él. Por más que lo intenté, no pude decirle que yo también conocí a Malena, que yo ...
Me prometí que buscaría una excusa para volver a visitarlo y entonces sí se lo contaría.
Pero esa noche no pude dormir por el presagio de algo irremediable.


John Berger - Gabriel García Márquez - Mario Benedetti - Juan Forn -
Revista Gourmet

Tintas que hablan



Puedo estar en el pétalo de glicina que cae.
Estoy en una montaña contemplando la luna que acabo de pintar.
La nieve se derrite y la poesía baja en hilos, hasta perderse...
La barcaza que me lleva se mece entre oriente y occidente.
Y no estoy sola: niños y adultos juegan entre las olas.
Les muestro mi montaña, la luna y mi río.
Mientras, anhelo que puedan encontrar los suyos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Puntos de vista

Nunca antes se imaginó así, de piernas abiertas, esperando mientras el médico hablaba de fútbol. Las sala estaba tibia pero por la asepsia parecía fría. Ella se relajó y esperó tranquila a que llegaran las contracciones; él permaneció nervioso por detrás, acariciándole la cabeza y dándole la mano. De lejos, escuchó algo de instrumental que golpeaba sobre una bandeja, y pensó que no era un sonido agradable para ese momento. Animada por todos, pujó, pujó con ganas hasta que apareció de golpe su cabecita. La apoyó sobre su pecho y la abrazó emocionada. No sintió miedo, no sintió dolor. Sólo felicidad.



*******


Escuchaba sonidos extraños. Voces desconocidas. El lugar estaba frío y era muy raro, no como mi lugarcito de 9 meses. Yo hice fuerza, mucha fuerza para salir; la verdad es que ahí dentro estaba cómoda pero ya no tenía más espacio para moverme. La comida no me alcanzaba. Hice más fuerza; de golpe, sentí que una mano firme me tocó la cabeza, ¡qué sensación más rara! Cuando me di cuenta tenía mi cabeza en el aire. Tuve un poco de frío y enseguida nomás, sentí que me caía como por un tubo. Pero otra vez, la misma mano firme me sostuvo y me apoyó sobre una piel que yo ya conocía, estaba calentita como yo. Yo conocía ese olor: era mamá. Creo que al lado estaba papá que cortó mi cordón y me mojó con sus lágrimas. ¡Qué linda voz tenía!
Todos dicen que dije: buahhh! Pero yo sé que dije muchas cosas más...