martes, 21 de julio de 2009

Palabras condenadas como lilas en la tormenta


Nada faltaba para que aquello sucediera esa misma noche. A mí me habían mandado afuera para llevarles yerba a los muchachos, mientras las mujeres en la cocina terminaban de amasar pan. Ya era un clásico que se reunieran a cenar después de una salida a campo traviesa, en las afueras de Angaco. Siempre se reunían los mismos cuatro; salvo esa vez. Quique era el artista, el junta chatarra, él armaba los areneros y los ponía a punto con todos los chiches. Sin que nadie se lo pidiera, se ponía en padre y cada vez que me veía me agarraba fuerte del brazo y me repetía lo mismo: pibe, cuando no hay plata hay que agudizar el ingenio. También estaba Víctor, el tornero, para quien las cosas debían calzar a la perfección, como anillo al dedo; Ladislao, que preparaba los asados, y Antonio, que se escapaba unos días del trajín de Buenos Aires.

Esa noche era noche estrellada y soplaba el Zonda. Ladislao había iniciado el ritual de los leños. Vi el chivito abierto a la mitad. La tierra abierta por la sequía. Por detrás, se oía el murmullo del agua que empezaba a correr por el canal. Algo distinto flotaba en el ambiente. Miré la ronda. Alrededor del fuego vi una cara nueva que hablaba de modo extraño. Sin parar. Con voz áspera y mirada perdida anunciaba que en ciertas noches se escuchaban allí voces de máquinas, truenos de martillos, estampidos de cañones y alaridos de soldados. Daba pequeños saltitos mientras hablaba. Algunos lo miraban con indiferencia y otros se reían. Antonio me codeó en busca de complicidad, burlando a ese vagabundo que parecía no tener necesidad de pedir, sino de dar. En voz baja me dijo algo que no entendí, pero yo le contesté igual "entiendo, entiendo...no es exactamente una enfermedad, pero es una cosa rarísima". A mí me atrapaba su voz, no me daba risa como a ellos. Tal vez porque era un adolescente y me parecía que siempre caminaba por el puente de las vacilaciones. Y también sus ojos me retenían en el lugar con la fuerza de un imán. Fue de repente, como una profecía, casi en un grito, que dijo para todos:
- Hay palabras con manos; apenas escritas me buscan el corazón. Aparecen en noches como la de hoy, dibujadas en las lenguas de fuego.

Lo dijo con su voz pastosa, frotándose el pecho. Miré obligado hacia abajo. Como si quisiera aspirarme, una fuerza subterránea me chupaba desde los pies. Mis alpargatas se clavaron en los surcos de la tierra. Del susto, me senté bajo la parra. El gato paseaba ronroneando sobre mis rodillas flexionadas. Yo permanecí ahí cebando mate. Mientras, el chatarrero escribía con lápiz, en unos papeles de envolver, a la luz de la lámpara.
A la hora de ese anuncio, seguíamos todos reunidos alrededor del asador. Entonces, escuché que las ramas de los árboles crujieron con un sonido lastimero a los oídos. Las piedras del jardín eran más blancas y lisas de lo habitual y tenían la mirada vuelta hacia el cielo. El aire se volvió pesado. El viento Zonda avivó las brasas; el fuego se hizo más intenso. Fue cuando vi escrita esa palabra. En ese mismo momento, el vagabundo clavó los ojos en mí y sin dudar, me dijo:
-Mírela bien. Ya no la verá nunca más.

Me preguntaron muchas veces sobre lo ocurrido esa noche. Lo intenté, y fue en vano. Nunca pude pronunciar esa palabra. Solamente me sucedió una vez. Fue hace trescientos años.







Alejandra Pizarnik - John Berger - Jorge L.Borges - Kazuo Ishiguro-
Haruki Murakami - Abelardo Castillo - Gianni Rodari -
Roberto Fontanarrosa



2 comentarios:

  1. ¿Te gusta?... A mí me encantan estos ejercicios!
    Es algo así como hacer un collage, armar un rompecabezas.
    Es juego, es azar. Y no tanto...

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