miércoles, 24 de junio de 2009

Zoom


Apagó el despertador a las seis y cuarto. De memoria, hizo el recorrido hasta el baño. Salió arrastrando los pies y con la cara un poco mojada. Cuando se asomó a la puertita de seguridad de la escalera, se encontró con una tranquera. La abrió. Apoyó el pie derecho en el primer escalón. Lo notó rugoso, alto; flotante, como una hamaca. Perdió el equilibrio, y se tomó del pasamanos. La baranda era flexible y suave, como el tallo de una enredadera. Descendió cada tronco envuelto en aromas y mareos de arrayanes, alerces, bosques de pinos y tierra húmeda. Las hojas se le pegaban a la piel. Escuchó el llamado del toc-toc de un pájaro carpintero, y un grito de bandurrias terminó de despertarlo. Al llegar al último escalón, una liebre se escondió por detrás. Pegó un salto y llegó al comedor. La alfombra había cambiado sus lanas rojas y verdes por matas de oxalis, amancays, lupinos y retamas. Los sillones eran arena fina; la araña, cinco soles. El cielorraso reflejaba un cielo profundo y sin nubes.
Se sentó en un muelle. Desayunó con centenares de niños, adolescentes y adultos, quienes se marcharon y caminaron hacia distintas montañas por senderos en tirabuzón. Los más viejos tomaban mate en lo alto de las araucarias. De a ratos, jugaban al ajedrez. Una bicicleta roja dormía apoyada en un pino; sin despertarla, subió. Un zorro puso su cola en flecha para señalarle el camino. Bordeó el camino de ripio acompañado por la danza de un abejorro; zigzagueando, llegó a las cabañas. Subió diecisiete escalones hasta el deck, y contempló largo rato el Chapelco. Se sintió inmensamente más fuerte.
Dejó sus ropas -una a una- en las astas de un huemul. Abrió la puerta, y con la punta del pie tocó el agua. Estaba increíblemente tibia. Con su ondulación despertó a los habitantes del lugar. Lo saludó una trucha arco iris; otra aleta se asomó y le tiró una hilera de perlas. Quiso tocarlas, mientras veía cómo se hundían. Entonces, se sumergió en sus aguas. Nadó siete lagos. Sin parar. Se renovó la piel y se limpió el alma.
Cuando llegó a la otra orilla, se sentó sobre una piedra. Se vistió. Se puso los zapatos. Miró. Miró todo. Y vio qué chiquita era su casa.

4 comentarios:

  1. Cuanta textura, cuanta sensación, cuanto perfume...
    poesía, como tus letras siempre, Keiko... besitos a Miri!

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  2. Qué texto maravilloso, Keiko.
    Da ganas de leerlo una y otra vez.
    Simplemente bello.

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  3. Gracias chicas!!!
    Se armó el zoom mientras nos curábamos con Miri de la gripe...
    Nuestra casa no es chica, pero cuando uno se guarda...¡todo parece tan pequeño!

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  4. ¡Precioso! Me produce maravillosas evocaciones por el clima de maravilla y por la imágenes que propone. Magnífico equilibrio textual, muy bien logrado el pasaje de un universo a otro.
    Gracias.
    Ana

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