viernes, 12 de junio de 2009

Crónica de un lápiz negro

Tengo siete años y estoy en un pupitre de madera. Sobre el cuaderno de hojas rayadas, con la tinta oscura de las letras se formó una acuarela de sal. La señorita Norma me reta, me reta mal. ¡Qué mala que es! Arruinó mi dibujo hecho en lápiz: "trabajo sin terminar", "falta pintar". Yo le explico y le vuelvo a explicar de buena manera que es así, en blanco y negro... pero no; no me quiere escuchar.

Han pasado tantos años, pero ¿cómo olvidarla? No es cierto que los chicos no entienden, que no se dan cuenta. A partir de ese momento, recuerdo que yo descubrí varias cosas: tendría problemas con la "autoridad", sabía lo que me gustaba, me las ingeniaría para hacer lo que me gustaba y además, sabía lo que se sentía si me quitaban un poco de libertad. La maestra no escribió más notas sobre los dibujos, directamente llamaron a mamá. Mamá, con su diplomacia oriental, apagó el fuego encendido en los directivos y en la maestra, y puso compuertas al dique para contener mi llanto.
De ahí en más, tal vez para que usara más color en los trabajos, comenzaron a regalarme para cada fiesta y oportunidad que se presentara: lápices de colores en cajas de cartón o metal, acuarelas y pigmentos en pomitos. Yo los usaba con placer si lo que quería era usar color en un trabajo. En un block aparte, hacía dibujos en lápiz negro y los esfumaba con el dedo o con un pedacito de algodón.
Tanto insistieron con el color, que a los diez años de aquel episodio, empecé a estudiar óleo. Algo denso y espeso; sentía que me quedaba trabada en cada pincelada: montones de trabajos buenos que a mí no me gustaban. Pero como todo lo que es auténtico en algún momento aparece, luego de unos años, descubrí la aguada japonesa, con sus sutiles gamas de grises, negros intensos, y la presencia del blanco en sus vacíos. El trazo fugaz y sugerente; esa sí que era yo. Y entonces, volví a recordar a la señorita Norma.

Cuántos engaños y paradojas rodean a una educación verdadera. Cuántas teorías y cotillones distraen de la esencia. Leo en el diario: "La mala educación genera pobreza"... ¿Es cierto ésto? Y mientras en todo el mundo caen bolsas de comercio, en la puerta de un comercio encuentro a un niño que no tiene siquiera una bolsa caída. Lo observo un rato. Veo que deja su aliento en el vidrio y escribe algo. Juega. Camina casi a la par mía y después, toma un palito y hace un dibujo en la tierra de la plaza. Se saca un moco, lo amasa y hace una bolita. Y pienso que ayer nomás, tuve una reunión con directivos de escuela privada, de clase media, que toman cursos y hacen viajes y descubrí a través de un juego cuánto tiempo hacía que no pintaban, que sólo escribían discursos para los actos formales, que hacía tanto que no jugaban con un pedacito de plastilina. Y me pregunto, ¿quién de todos es más pobre?...


La seño Norma no era mala; a ella también le habían enseñado mal.


Si pudiera, juntaría el dinero que invirtieron mis padres en educación más el mío para completarla. Pondría todo en una caja (no de ahorro), la batiría y repartiría todo entre los que fueron mis educadores de verdad. Aunque, seguro que ellos me dirían: no, dáselo a alguien que lo necesite más, para mí enseñar es una acto de generosidad.

Y ahora ya no tengo siete años; estoy con chicos de siete años. Algunos días me emociono, como cuando Julia eligió un libro en el recreo y compartió conmigo la fascinación de descubrir las pinceladas de los lirios de Monet, de sus nenúfares, de sus glicinas. Entonces, yo le conté que justo eran las flores que a mí me gustaban. Al día siguiente, me llamó y me dijo: "mirá lo que te traje, semillas de glicina y del color que te gustan a vos". Y me digo que sí, que este es un acto de amor.

Veo un círculo que se cerró, y que sigue en espiral. Estoy frente a otro cuaderno de hojas rayadas, ahora mis acuarelas son de agua dulce. Y al fin puedo escribir las palabras que se habían borroneado aquel día.




7 comentarios:

  1. Hermoso... fusionaste esa "denuncia" con respecto a la educacion, la hipocrecia de la misma, la inocencia, las malas miradas de los malos profesores, la pobreza del alma y el amor. Muy lindo...
    Igual es bueno, de vez en cuando, agregarle algo de color a la vida.

    Beso.

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  2. Si no le agregara color a la vida, creo que no estaría trabajando en educación, no creería en el amor, ni estaría cerca del arte. A pesar de todo: creo.

    Si lo decís por el lápiz negro y la aguada japonesa... diría que es una abstracción, quedarte con lo esencial, como lo es la fotografía en blanco y negro, como muchas historietas y caricaturas, o las estampas de Escher... una manera personal de expresarse y no menos colorida y sufrida que la de Egon Schiele, Munch, Van Gogh, y muchos fauvistas y expresionistas.

    Es bueno, encontrar hasta en los grises, el color de la vida...Tal vez sea una extraterrestre, pero yo los veo!

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  3. Hermoso texto, tierno, verdadero...

    "La seño Norma no era mala; a ella también le habían enseñado mal."
    Excelente como frase en el texto, y concretamente puntapié para el cambio.

    Hasta tus denuncias son pura hermosura.

    Y sí, todos los grises tienen colores y eso es la vida.

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  4. Gracias Vane!
    Nobleza obliga... la frase que marcás de la seño Norma, a mí no me había quedado tan buena...
    pero por suerte tenemos un "Gran maestro" !!!

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  5. Keiko, realmente admiro tus texos. Evocan algo más siempre. Son muy visuales y eso los hace aún más bellos. Me gustó mucho cómo jugaste con las voces de tus personajes mezclando la protesta en voz de un niño, de un lápiz de carbón.
    Realmente genial.

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  6. Gracias Khate!
    Es un verdadero mix de mi infancia y la de otros niños de hoy... de los niños de la pobreza, de la educación y el amor.

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  7. Y no sabés cómo una se siente identificada!


    Tenemos todos los colores!

    Abrazos!

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