jueves, 22 de enero de 2009

De trapo

Demasiado chiquita para darse cuenta de que su esencia era la fragilidad. Cada caída, cada golpe, serían una nueva costura: un brazo, la cabeza, tal vez la otra pierna.
Se desarmaba en partes, y en cada ocasión la rellenaban con algodones, parches de aire y lana. Despertaba simpatía en quienes la veían; pero sólo ella conocía en su silencio de tela, el paso del hilo y el dolor de la aguja.
Hasta que, muy cerca de los labios, recibió el aliento que sopló "fuuuuu..." Y los hilos de las costuras se transformaron en ríos de sangre, el algodón se volvió carne, y la lana, osamenta. El aire, todo el aire, se juntó en un fuerte latido. Entonces, la muñeca dejó su cama de juguete. Abrió los ojos y al mismo tiempo amanecieron todos los sentidos. Se encontró en otra silueta. Y se reconoció mujer.
Más tarde, la misma boca besó sus labios trémulos. Y no lo pudo evitar: su cuerpo fue otra vez, sueño de algodones, de aire y nubes; de mar.

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