jueves, 9 de diciembre de 2010

Fuego en el agua de tus ventanas


Teníamos la altura de un banquito, y la tarde se
detenía soltando su olor de vainillas y tostadas. Caminábamos unas cuadras. Apurados, los traíamos en una bolsa transparente. Eran soles y fuegos, bailando en el agua. Les armábamos un colchón de piedritas con sábanas de hojas flotantes, recién cortadas. Después, los volcábamos en el vaso de vidrio, tan grande y redondo.
Enfrente, se veían tus ojos. Los veíamos moverse en círculos. Hipnotizados por las vueltas. Sin principio ni fin, caíamos como guijarros en el agua. Se nos acercaba la proa de un barco. Yo permanecía sentada en la roca, mientras una canción de arena y estrellas jugaban con nuestras manos. Más lejos, soplaban banderas y cabellos de noches largas. Tan largas, que casi sin darnos cuenta, una mañana cuadrada de marzo el barco encalló. El ancla atrapada por las redes de nosesientenosepiensanosedicenosehace de los mediomundos. El cabello se cubrió de cangrejos, las manos fueron cortadas y los pies atados. Los ojos cubiertos con parches de totalitarismo, y nuestras bocas tapadas con los corchos de los secretos de estado. Mientras las sirenas de la policía golpeaban en las esquinas, las aguas negras lo tomaban todo. Las trombas se robaron tu música, mis pinturas, nuestras palabras. Se robaron mis otros y tus otros.
Pero la última tromba pasó,
llevándose también la tempestad. Y hoy estamos acá, mi amor, con los pies en la orilla, mojándonos en los peces de la infancia. Lejos las redes; lejos las
trampas. Viendo cómo llegan tu barco, la sirena y los tesoros creados.

Envueltos en ondas de sedas naranjas
somos algo más que unos peces aleteando en el mar.





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