domingo, 20 de febrero de 2011


El poeta siempre llega tarde a todas partes. Sin embargo, hay una hora extraña en que el poeta llega antes que nadie. Es una hora peligrosa de la tarde. Peligrosa y amenazante. El color de esa hora es el color de los domingos a la tarde, precisamente a las seis de la tarde. Yo creo que a esa hora la humanidad agacha la cabeza. Entonces uno siente que el miedo se le va acercando, lo va cercando, de a poco, en círculos cada vez más chicos, más unánimes. Entonces surge el poeta, viene a la memoria. Todo lo que todos los poetas han ido escribiendo desde el centro del dolor, desde el delicado equilibrio de la locura. Todo va a estar ahí cuando el sol ya no está, cuando hay un solo ojo que nos mira y pasa la sombra del bisonte rápidamente a nuestro lado por la pared rota de una gruta oscura. Entonces todo ser humano desde el necio al soberbio va a recordar al suicida que escribió y vendrá la muerte y tendrá tus ojos; al fusilado que dijo no le tapen la cara con pañuelos/ para que se acostumbre a la muerte que lleva; y al negado que una vez dijo con el número dos nace la pena.

Para eso sirve un poeta.

Isidoro Blaisten


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