El recorrido era apenas unos pasos para nuestros pies de niños. Los que contábamos desde nuestra puerta hasta la casa de la abuela. Era llegar y jugar con barro y arena. Jugar a las bolitas, al lenti, al rin-raje. Ir hasta el fondo; visitar el gallinero, mirar si había huevos. Seguíamos las huellas de la huerta. Saltando surcos elegíamos la lechuga para los conejos. Parados delante de sus casas de departamentos, nos reíamos con ellos. Un árbol de ciruelo era el techo para jugar a la mamá. Y si era finales de invierno nos hamacaba una lluvia de pétalos.
Cuando el cuerpo nos pedía un descanso, nuestro camino se abría hacia el pasillo del costado. Un ligustro verde oscuro y tupido nos unía a la casa del vecino. Tierra húmeda, olor a bosque inventado. El motor del agua hacía su solo de percusión. Otras veces, apenas escuchábamos unas gotitas golpeando sobre los ladrillos. Nuestros latidos se serenaban. Toda la energía se concentraba en desvestir las hojas del ligustro. No había ninguna mejor para eso. Con nuestras manos tibias y chiquitas quitábamos su lámina, parte por parte. Los dedos transpiraban y se teñían de verde. El corazón volvía a latir con fuerza si nos quedábamos con el dibujo de sus nervaduras en las manos. Maravillas de un mapa de nervios. Cuánta inocencia. Pasarían muchos pasos para darnos cuenta de que era el arte de iluminar eso que estaba ahí y pasaba desapercibido. Ponerlas a trasluz, admirar sus caladuras. Mirar a través de sus intersticios.
Mundo de hojas de viajes. Todas distintas. Distintas formas. Distintos colores. Grandes. Chicas. Clasificables. Coleccionables. Sellos de hojas de plátano mojadas en témperas de color. Mil hojas. Hojas para pintar, para las tarjetas, para el origami. Hojas para escribir.
Hojas para escribir y desnudarme. Todas las ropas y todas las pieles, caen. Soy sólo venas, vísceras. Sangre. Estoy en carne viva. Todo se llora. Todo se ríe. Y tu aliento quema. Y tu palabra hiere. Y la injusticia y la mentira es ira que enajena. El dolor, mata. Tu amor, resucita.
Mi vida pasa por estos mapas de la poesía. Poesía de la metáfora de la ausencia y de la metáfora de la presencia. Poesía de todo lo que soy y de todo lo que no sé de mí. De lo que me cuenta y de lo que me esconde. Lo que conservo y lo que perdí. Lo que puedo y no puedo.
La eterna lucha entre lo privado y lo público. Tener pudor. Y vencerlo. Decir al mundo que no me importa nada. Volver a dejar el pudor a un costado y tocar la osadía. Decir otra vez que no me importa nada. Y creerme esa linda mentira. Porque en realidad me importa todo. Sólo que no tengo cómo soportarlo. Y es éste mi modo de sobrevivir.
Poesía otros sueños haciéndome soñar los míos. Poesía los mapas pintados sobre colchones. Poesía la mirada increíble de los niños.
Quién puede olvidar la hoja que le permitió ver la vida a través de una caladura.
Quién puede olvidarse de su infancia.
Quién puede olvidar quién es.
Cuando el cuerpo nos pedía un descanso, nuestro camino se abría hacia el pasillo del costado. Un ligustro verde oscuro y tupido nos unía a la casa del vecino. Tierra húmeda, olor a bosque inventado. El motor del agua hacía su solo de percusión. Otras veces, apenas escuchábamos unas gotitas golpeando sobre los ladrillos. Nuestros latidos se serenaban. Toda la energía se concentraba en desvestir las hojas del ligustro. No había ninguna mejor para eso. Con nuestras manos tibias y chiquitas quitábamos su lámina, parte por parte. Los dedos transpiraban y se teñían de verde. El corazón volvía a latir con fuerza si nos quedábamos con el dibujo de sus nervaduras en las manos. Maravillas de un mapa de nervios. Cuánta inocencia. Pasarían muchos pasos para darnos cuenta de que era el arte de iluminar eso que estaba ahí y pasaba desapercibido. Ponerlas a trasluz, admirar sus caladuras. Mirar a través de sus intersticios.
Mundo de hojas de viajes. Todas distintas. Distintas formas. Distintos colores. Grandes. Chicas. Clasificables. Coleccionables. Sellos de hojas de plátano mojadas en témperas de color. Mil hojas. Hojas para pintar, para las tarjetas, para el origami. Hojas para escribir.
Hojas para escribir y desnudarme. Todas las ropas y todas las pieles, caen. Soy sólo venas, vísceras. Sangre. Estoy en carne viva. Todo se llora. Todo se ríe. Y tu aliento quema. Y tu palabra hiere. Y la injusticia y la mentira es ira que enajena. El dolor, mata. Tu amor, resucita.
Mi vida pasa por estos mapas de la poesía. Poesía de la metáfora de la ausencia y de la metáfora de la presencia. Poesía de todo lo que soy y de todo lo que no sé de mí. De lo que me cuenta y de lo que me esconde. Lo que conservo y lo que perdí. Lo que puedo y no puedo.
La eterna lucha entre lo privado y lo público. Tener pudor. Y vencerlo. Decir al mundo que no me importa nada. Volver a dejar el pudor a un costado y tocar la osadía. Decir otra vez que no me importa nada. Y creerme esa linda mentira. Porque en realidad me importa todo. Sólo que no tengo cómo soportarlo. Y es éste mi modo de sobrevivir.
Poesía otros sueños haciéndome soñar los míos. Poesía los mapas pintados sobre colchones. Poesía la mirada increíble de los niños.
Quién puede olvidar la hoja que le permitió ver la vida a través de una caladura.
Quién puede olvidarse de su infancia.
Quién puede olvidar quién es.
¡Hermoso, Keiko! Hermosa la infancia y lo que transmitís!
ResponderEliminarAbrazos
Gracias, genia de los neologismos!
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