El guerrero toma su katana.
Sostiene su duro escudo
impenetrable.
Toda la fuerza y el ojo
apuntan a un objetivo.
Las piernas rígidas
la tensión contenida.
Sentada enfrente
envuelta en hilos de seda
en mil pétalos de ciruelo lo espera.
La carne tierna
la fragilidad extrema.
Él lo ignora.
A través de los metales
la dulce brisa de un aleteo
entrará por las grietas de su corazón.
Una luna roja y blanca
cuelga de un cielo negro.
El guerrero está desarmado:
guarda una mariposa en sus manos.
Puedo estar en el pétalo de glicina que cae. Estoy en una montaña contemplando la luna que acabo de pintar. La nieve se derrite y la poesía baja en hilos, hasta perderse... La barcaza que me lleva se mece entre oriente y occidente. Les muestro mi montaña, la luna y mi mar.
sábado, 28 de febrero de 2009
martes, 24 de febrero de 2009
Travesía 3
La niebla de un sahumerio desdibuja el rostro de una cabeza inclinada.
Se anuncia la lluvia; el viento la toma de la mano
la lleva bien lejos
la esconde.
Y será develado en el corazón de otras generaciones.
sábado, 21 de febrero de 2009
Travesía 2
Sobre la nieve asoman raíces
como la piel debajo de los pliegues de una sábana blanca.
Junto a la quietud de una vieja laguna
sueños solitarios
se desparraman como piedras por la ladera de la montaña.
Un sol roto
cae
buscando su luna.
A lo lejos,
un puente se abre sobre el agua.
martes, 17 de febrero de 2009
Travesía 1
Miro. Siempre miro. Es hermoso mirar a través de dos lunas.
Y más hermoso aún, es dejar entrar el mundo por el espacio de dos ventanas circulares.
Un barco naufraga entre dos lágrimas.
Floto en una isla pequeña;
no sé si vuelvo o si voy.
Las lunas mueven lágrimas de sal y acercan (de a ratos)
sonrisas de crisantemos
humedad de bosques de pinos
muñecos de madera
kimonos de seda.
Y más hermoso aún, es dejar entrar el mundo por el espacio de dos ventanas circulares.
Un barco naufraga entre dos lágrimas.
Floto en una isla pequeña;
no sé si vuelvo o si voy.
Las lunas mueven lágrimas de sal y acercan (de a ratos)
sonrisas de crisantemos
humedad de bosques de pinos
muñecos de madera
kimonos de seda.
martes, 3 de febrero de 2009
Atrevidos
A metros de calle Mitre, en la plaza de todos los días, o sobre avenida 9 de Julio, allí están: tambaleantes, perdidos en sus botellas, con los brazos en alto. La gente pasa apurada; sigue de largo. En cambio, yo puedo distinguirlos desde lejos. Y aunque no los toque, siento su piel áspera; sus venas, el tránsito de su interior. Toco los desvíos, su resistencia a andar derechos por la vida.
La mayoría no los ve; pero yo sí. Me detengo. Los escucho cantar; decirme inentendibles piropos y algunas tardes acepto, perturbada, el regalo de sus flores.
La mayoría no los ve; pero yo sí. Me detengo. Los escucho cantar; decirme inentendibles piropos y algunas tardes acepto, perturbada, el regalo de sus flores.

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