miércoles, 25 de noviembre de 2009

El juego - IV














Era un bebé bucanero y la noche, un juego. Le gustaba ver la silueta desdibujada que se acercaba lenta, para taparlo con las sábanas hasta la altura del mentón. Pero sobre todo, le gustaba que le contaran leyendas de telgopor.
La luna y las estrellas movían las cortinas y eran velas de un barco pirata. Terroríficas lamparitas dibujaban islas desiertas, sables en el techo, calamares en la alfombra. Las espiaba y, de a ratos, salpicaban olas en la pared. En un pequeño susto, la cubierta se llenaba de aromas a uvas y a mar.
Los bucaneros luchaban sin cesar, y caían desde la manta azul. Se deslizaban en un pantano de bombones.
Dormían horas de vapor. Hasta que al amanecer, desde un haz de luz, los llamaba un despertador de sal.



jueves, 19 de noviembre de 2009

La llave - III




Pasaban desapercibidas en la oscuridad, hasta que la luna las iluminó. Me dejé hundir en su clara profundidad. Entre caracoles, perlas y estrellas encontré mis lentejuelas perdidas, como soles caídos en el agua.
Segura de sí, una escama de plata me abarcó. Me giró. Abrió las puertas, los sótanos, los altillos y todas las ventanas.
Y quedé desnuda.
Habitada.





sábado, 14 de noviembre de 2009

Lluvia plateada - II

La última vez que lo vi, no se despidió. Se escondió detrás de su escamoso de metal. Lo vi acercarse a la aleta izquierda, asomar su cara a un orificio pequeño y perderse en una nube de arenas de fondo de mar.
La rampa, sólida, estaba preparada enfrente de casa. El móvil la carreteó, pesado como mil escamas oxidadas. La cola tocó el piso y sacó algunas chispas. Crujió. Levantó vuelo; un vuelo muy, pero muy ruidoso. Todos sus acompañantes ayudaron para el despegue. Y a diferencia de él, antes pasaron a despedirse de nosotros, uno por uno.
Esa madrugada, durmió en el sillón que le preparamos. No se quejó; se levantó de buen humor. Se peinó con los dedos las largas cintas de algas. Se sentó en la piedra, y tomó con ganas su desayuno: una lata de agua oceánica, galletas de anémonas marinas, dulce de cartílago y jugo de tinta de calamar. Su charla era burbujeante y profunda. Nadie dejó de escucharlo. Sobre todo, cuando contó cómo los peces ponen infinitos huevos entre hojas y piedras y con sus colores forman en las profundidades un arco iris de agua.
El mozo lo escuchaba con su luna de plata sostenida en una mano, el soldador de escamas observaba todo con sus gafas levantadas. Mientras hablaba no dejaba de moverse. A su lado suspiraban chicas de cabellos rojizos, aire provocador y rosarios de coral. Se acomodaba la ropa, y de vez en cuando, dejaba caer alguna perlita, una estrella y un caracol. Yo los junté y los coloqué en el baño en un plato de cerámica azul.
Debido a los preparativos de la partida, esa mañana fue muy ruidosa y agitada. Recuerdo que se acercó y acarició mi cabeza, lento y suave. En la seda negra quedaron enganchadas algunas escamas que guardé en una cajita de nácar.
Algunas noches acomodo perlas, estrellas y caracoles. Descubro que nunca están como los dejé la última vez. Ya no le pregunto por qué no se despidió. Llueven escamas. Y no importan los por qué.









domingo, 8 de noviembre de 2009

Nubes plateadas - I









Ese no fue un día cualquiera. El viento sopló hojas amarillas y violetas. Junté unas piedritas que cayeron del cielo y me animé. Invité al escamoso a tomar un café. Quería charlar con él. Mirarlo a los ojos sin que mil ojos me miraran a mí. ¿Cómo era volar un miedo? ¿Qué sueños tendría?... Pero me dijo que "no". Entonces pensé que no tenía ganas, o que se asustó.
Qué viento tan triste movió las aguas, cuántas lentejuelas cayeron al fondo del mar.

Lo cierto es que nunca me contó qué le pasó. Aunque ya sabemos que a los escamosos no les gusta exponerse tan de cerca; no les gusta dar explicaciones. Aman echar fuego por sus bocas, mostrar su espalda plateada y decirle palabras al viento. Te envuelven con sus movimientos circulares. Se repliegan. Y desaparecen.

Dicen que esa tarde el Río de la Plata creció tanto que inundó La Boca, los lagos de Palermo, sus fuentes. Y las lágrimas llegaron muy lejos, hasta los brazos del Tigre.




martes, 3 de noviembre de 2009

Dragón





Los sueños de los dragones no son como los otros sueños, un humo que se va.
Son sueños que van tomando forma hasta que se los mira y se los ve de cuerpo entero.


Gustavo Roldán